El sapo me está mirando y parece que brinda un poco más de lo conveniente en éstas fechas. A un mes y un poco de celebraciones extensas en donde espero morirme en sentido figurado.
Aparcado.
Como el auto que colecciona multas de mil testigos airados y pretende quedarse toda la tarde como si fuera una pieza, un artilugio robado.
Vaciado.
Pero los pensamientos siguen e intentan hincar hasta penetrar los ojos. Esos ojos que, ya desorbitados, no pueden salirse. Sangran, pero no quieren salirse. Se quedan, malhumorados.
El sapo quiere animarme. No es consciente de que puede terminar flotando en un plato de sopa, provocándome una sonrisa entre la silla y la mesa, a lo Norman Bates. Jugando.
Tomando mi sopa.
Sapeando.
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